La lectura: cómo contagiar ese virus tan
beneficioso
Ves a tu hijo mirando la tele, dando patadas al balón,
hablando por teléfono...todo menos coger un libro y leer. La afición a leer,
que los padres valoramos tanto, parece ser el último recurso para los chicos.
Tu primer impulso es echarle una bronca., pero hay otros procedimientos, más
lentos, pero más efectivos. La afición a leer ha de actuar por contagio porque
cuando se contrae la afición a la lectura, es difícil ya curarse…
Algunos padres tienen la impresión de que sus hijos no
leen jamás. Les parece que cualquier afición, dinámica o sedentaria, resulta
más atractiva para los chicos que coger un libro. En consecuencia, nace en
ellos el deseo de ver a los niños más aficionados a la lectura.
Nos
estamos refiriendo, claro, a una lectura libre, no concebida específicamente
como un aprendizaje, sino como un gusto, una afición, un hobby. Eveline
Charmeux , en su obra Cómo fomentar los hábitos de lectura, distingue dos
clases de lectura: la lectura funcional y la lectura de placer. Mediante la
primera, los lectores obtienen información, solventan situaciones. Es la
lectura necesaria para resolver un problema, para conocer las reglas de un
juego o un deporte, para saber cómo se monta una máquina. Mediante la segunda,
se lee para divertirse, para pasar el rato, para explorar nuevos mundos. Es el
tipo de lectura en la que el lector se deja llevar por las palabras, sin ningún
tipo de propósito concreto que no sea el puro placer de sumergirse en un libro.
Entre los ocho y los doce años se generan muchos
hábitos y aficiones; los niños están abriéndose al mundo, conociendo
posibilidades y adquiriendo autonomía de movimientos. Es pues una edad adecuada
para desarrollar un hábito lector que pueda consolidarse después en la
adolescencia. Los padres tenemos un papel a jugar en la creación y
consolidación de este hábito. Pero hay que tener claro que las estrategias para
conseguir un hábito lector presentan unas peculiaridades diferentes a las que
solemos emplear para conseguir otros propósitos. Es ineficaz plantearlo como
una actividad de estudio, como plantearíamos, por ejemplo, la hora de los
deberes. El famoso pedagogo y escritor italiano Gianni Rodari creó, con mucha
ironía, unos consejos para conseguir que los niños "odiaran la
literatura". Repasándolos vemos muchas de las actitudes equivocadas que
empleamos a veces los adultos para conseguir que nuestros hijos lean. Por
ejemplo, solemos presentar el libro como una alternativa (buena) a la
televisión (mala) o a los cómics (malos). O les reñimos porque tienen
demasiadas distracciones y diversiones. O les obligamos a leer un libro
concreto sobre el que después tendrán que contestar unas preguntas. De esta
manera el niño ve el libro como algo alejado de las "distracciones"
que realmente le gustan, y, en cambio, lo identifica como algo muy próximo a
los deberes escolares.
La animación a la lectura difícilmente se consigue por
imposición. Se obtiene a través de un tratamiento positivo, obrando
indirectamente para que se cree un clima favorable a la lectura. Hay quien dice
que la afición de leer actúa por contagio: por contagio de unas actitudes, de
un ambiente o de una oferta creada en su entorno para que se desarrolle este
beneficioso "virus". Muchas veces las aficiones y los gustos están
más ligados a la afectividad que a la efectividad. Más próximo a la persuasión
que de la obligación. Se trata de conseguir que el hábito nazca de los propios
niños, de crear las condiciones favorables para que surja de ellos el deseo de
leer, y de seguir leyendo.
He aquí unas cuantas líneas de actuación
interesantes:
La primera: Crear en casa un ambiente de lectura. Ver
al padre o a la madre con un libro o un periódico en las manos se convierte en
una referencia importante del propio comportamiento. Supone además que en la
familia hay ratos dedicados a la lectura a los que los hijos se pueden sumar.
La segunda: Hablar sobre libros. Oír cómo se comenta
el interés -o incluso el aburrimiento, por qué no- que suscita la novela que
tienes entre manos prolonga la actividad lectora; se crea una transmisión de
saberes y de comunicación muy importante para cimentar el gusto lector.
La tercera: Leer los libros apropiados para tu hijo.
Acercarse a la inmensa oferta actual de libros infantiles y compartirlos con
los hijos va a suponer para muchos padres el descubrimiento de una literatura
rica y variada, que proporciona momentos de conversación e intercambio con los
niños.
La cuarta: Buscar entre esta oferta temas que conecten
con sus aficiones. Hay libros infantiles sobre muchos campos y dirigidos a
mentalidades y edades muy variadas. No hay duda de que sobre lo que le gusta a
tu hijo hay también títulos interesantes que le pueden atrapar.
La quinta: Convertir la tele en una aliada, no en un enemigo.
Si la pequeña pantalla es lo que realmente le engancha, hay que fijarse en sus
programas y películas preferidos y tratar de buscar libros relacionados con su
pasión. Tenemos ya garantizado un mínimo de interés.
La sexta: Conocer la biblioteca pública del barrio.
Los fondos de la sección infantil y juvenil de las bibliotecas públicas ofrecen
muchos más libros de los que se puedan comprar en casa. Suelen celebrarse
además actividades de animación a la lectura y encuentros con otros lectores.
La séptima: Incluir en las salidas de compras una
vuelta por una buena librería. Aunque no se compre nada, es bueno ver las
novedades que han aparecido, o qué hay sobre un autor o un tema que le
interesó.
La octava: Tratar de averiguar qué tipo de lector es nuestro
hijo y respetar sus ritmos. Hay lectores compulsivos, que no paran hasta que
hayan terminado el libro. Los hay, en cambio, calmosos. Hay lectores a quienes
les gusta releer el mismo libro y los hay ávidos de novedades. Los hay
noctámbulos y diurnos. Darle un margen a su manera de leer contribuye a
consolidar el hábito.
La novena: No empeñarse en que le guste lo mismo que a
sus padres. Hay que recordar que se está forjando su gusto por la lectura, no
el de papá y mamá. Y hay que saber esperar para dar los libros adecuados en el
momento oportuno.
Para terminar, el consejo más importante: no hay que impacientarse si
vemos que estas estrategias no funcionan a la primera. Justamente porque actúan
de manera indirecta, cuesta a veces que arraiguen desde el primer momento. A
base de tantear, de descubrir sus aficiones y sus inquietudes se puede ir
marcando la línea por la que desarrollar este hábito de manera efectiva, y,
sobre todo, afectiva
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